La meritocracia, bien entendida, claro que funciona

Arandi

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Hace tiempo que la meritocracia, esa noción que atribuye los éxitos y fracasos del personal al esfuerzo que han realizado en el proceso, se encuentra en el punto de mira. No funciona, dicen muchos. Y no funciona –explican– porque cualquier esfuerzo palidece ante las circunstancias que rodean a cada cual y es que no es lo mismo haber nacido en la calle Serrano de Madrid que en un arrabal de Medellín. Por ahí van los argumentos de académicos como Michael Sandel, autor de La tiranía del mérito, o Daniel Markovits, el firmante de un ensayo harto influyente en la esfera anglosajona que todavía no ha sido traducido al castellano: The Meritocracy Trap. La trampa de la meritocracia.

Sin embargo, como bien dice en un artículo publicado en la página de la Fundación Dádoris el triatleta Jaime Menéndez de Luarca, una cosa es asumir la evidencia –que las desigualdades existen– y otra muy distinta agarrarse a ella para tirar la toalla, encogerse de hombros y dedicarse a ver la vida pasar porque el esfuerzo no vale para nada. «En ocasiones miramos hacia arriba viendo que el ascensor social no es efectivo», escribe, «y se nos olvida que si bien no podemos correr en 2h00 una maratón, sí somos capaces de simplemente terminarla». Dicho de otro modo: «No cabe negar el talento innato de Kipchoge, como tampoco podemos olvidar su capacidad de trabajo. Él lucha por bajar de 2h00 en la maratón esforzándose al máximo mientras otros se esfuerzan al máximo en hacer 2h59 o 3h59 y no dejan de esforzarse porque Eliud sea inalcanzable».

Desde Arandi no podemos estar más de acuerdo. Por supuesto que hay que luchar por la igualdad de oportunidades, pero eso no implica que haya que repartir un aprobado general detrás de otro en una deriva que seguramente culminará, de darse, en la mediocridad total. Nuestro caso, creemos, es paradigmático: no seremos los mejores de esa maratón llamada servicios de marketing pero llevamos diecisiete años aguantando en la carrera y ofreciendo lo mejor de nosotros mismos –empatía, creatividad, calidad, rigor, eficiencia– a clientes que llevan desde el 2006 confiando en Arandi.

El paso del tiempo nos hace comprender que el esfuerzo y la perseverancia valen la pena por lo que vas sumando en esa «caja» –de las muchas que tiene la vida– encargada de atesorar el aprendizaje. Un aprendizaje que antes o después conlleva una recompensa, por muy íntima y personal, ergo poco mediática, que ésta sea.